Cristina Kirchner con estudiantes de Harvard. |
Pasó una semana de la charla de presidenta con alumnos
La promocionada discusión de la presidenta argentina con los
alumnos de Harvard ya no está en el interés de los medios. Vale la pena volver sobre
ese tema, desde otro ángulo al de Clarín y La Nación.
Por Emilio Marín
Es notable la velocidad con que discurre la política. Desde la
incursión de Cristina Fernández de Kirchner por la Universidad de Harvard, el 27
de setiembre, ha transcurrido poco más de una semana. A raíz de la polémica suscitada
y las respuestas, no siempre felices de la invitada, los medios monopólicos hicieron
correr ríos de tinta y gastaron horas de radio y TV.
El inefable Jorge Lanata estuvo en Harvard, con “Periodismo para
Todos” y, casualidad o no, también –en cuarta fila- tomaba apuntes Beatriz Sarlo.
El interés era denostar a la jefa de Estado, por la batalla planteada
entre intereses empresariales monopólicos y algunas políticas gubernamentales que
les ponen límites. Verbigracia, la ley de medios.
CFK pareció perder la calma ante la requisitoria de esos alumnos
que refritaban los peores clisés de Lanata, Sarlo, Ricardo Kirschbaum, Joaquín Morales
Solá, Mariano Grondona, Luis Majul y otros. Esa incomodidad presidencial explica
el interés de esos medios por amplificar lo sucedido.
Pero a nueve días, esos sectores ya perdieron el interés por
explotar la veta de Harvard. Ya tienen otra que promete más jugo político: el motín
de prefectos y gendarmes, presentados como sufridos “proletarios” del siglo XXI,
superexplotados por la voraz “burguesía” kirchnerista. Después vendrá otro, siempre
con el horizonte del 7 de diciembre, cuando se juegue el gran partido por la vigencia
irrestricta de la ley de medios.
Los muchachos de Harvard preguntaron sobre el patrimonio de la
mandataria, la inflación, la posibilidad de re-reelección, el llamado cepo cambiario,
la relación con el presidente venezolano Hugo Chávez, la inexistencia de conferencias
de prensa y otros tópicos de menor cuantía.
Tales interrogantes son tendenciosos y bastante elementales,
propios de un colegio secundario en sus primeros años. Alumnos de la universidad
estadounidense reputada como de primerísimo nivel internacional y quizás la más
cara de ese país, podían tener preguntas de más calado.
Quizás entre los 2.800 alumnos que se anotaron para el evento
había muchos que habían cavilado sobre temas de interés curricular o más general.
Y puede que el cronista sea injusto al citar sólo a quienes preguntaron pues podría
haber allí otros estudiantes norteamericanos y de otros países con simpatías por
las teorías neokeynesianas de Joseph Stigliz y Paul Krugman. Si los había, en los
hechos fueron pasados “por arriba” por otros que tenían tan poca cultura académica
como los punteros de Mauricio Macri.
Aprendan de Krugman
En la misma semana que la mandataria ocupaba tribunas en Nueva
York, Washington y Cambridge, sucedían hechos económicos y políticos de importancia
a nivel mundial. Hubo paros y manifestaciones callejeras en rechazo a los ajustes
preconizados por el FMI en España y Grecia, con represión y numerosos heridos. La
oradora lo mencionó críticamente ante la 67º Asamblea General de la ONU. ¿A ningún
estudiante de Harvard le importó retomar ese tópico decisivo para la situación mundial,
que se supone debería ser parte de su formación profesional?
En ese sentido, a la vez que confrontaban con la visitante, estaban
rompiendo amarras con algunos de los planteos de Paul Krugman, Nobel 2008. Tres
días después de la conferencia en Cristina, Krugman escribía en El País de Madrid
una columna titulada “La locura de la austeridad europea”. Allí opinaba: “Un informe
del FMI defiende que los recortes del gasto en plena recesión reducen la confianza
de los inversores ¿Por qué, entonces, se exige todavía más sufrimiento? Una parte
de la explicación se encuentra en el hecho de que en Europa, al igual que en Estados
Unidos, hay demasiadas personas muy serias que han sido captadas por la secta de
la austeridad, por la creencia de que los déficits presupuestarios, no el paro (desempleo)
a gran escala, son el peligro claro y presente, y que la reducción del déficit resolverá
de algún modo un problema provocado por los excesos del sector privado”.
¿Por qué los alumnos de la cara universidad no sintonizaron la
onda del Nobel en su embestida contra el FMI, que con matices es una crítica compartida
por la jefa de Estado argentina? Por el tenor de sus preguntas, la figura que cuestionaban
era ésta y no el Fondo.
Los alumnos estaban muy preocupados por el INDEC y la inflación.
Y no es asunto para tomarlo a la ligera; al cronista no le conformó la explicación
presidencial de que si el aumento de precios fuera del 25 por ciento “el país estallaría
por los aires”. Pareció un enfoque negacionista, pero hay que poner la inflación
en su verdadera importancia, sin subestimarla ni ubicarla como el mal mayor de la
economía argentina y mundial. Y esto último estaba implícito en las preguntas de
Harvard.
Los alumnos deberían haber leído a Krugman antes de hacer papelones.
Ese autor, en columna publicada por The New York Times el 29 de junio de 2010, (“El
mundo, ante la tercera depresión”), sostuvo: “Me temo que ahora nos encontramos
en las primeras etapas de una tercera depresión. Probablemente sea más semejante
a la Larga Depresión que a la mucho más grave Gran Depresión. Pero el costo para
la economía mundial y, sobre todo, para los millones de vidas azotadas por la falta
de empleo será enorme. Los gobiernos se obsesionan con la inflación cuando la verdadera
amenaza es la deflación, y predican la necesidad de ajustarse el cinturón cuando
el verdadero problema es el gasto inadecuado. ¿Y quién pagará el precio de este
triunfo de la ortodoxia? La respuesta es: decenas de millones de trabajadores desocupados,
mucho de los cuales seguirán sin empleo durante años, y algunos de los cuales nunca
más volverán a trabajar”.
Esos chicos, como los gobiernos fondomonetaristas, también “se
obsesionan con la inflación”, cuando las verdaderas amenazas son otras. Entre los
desocupados crónicos puede haber incluso alumnos de Harvard, pues muchos profesionales
nutren el movimiento de protesta “Ocupa Wall Street”.
¿Tampoco creen al otro Nobel?
En la gira de la presidenta hubo gestos suyos y del gerente designado
al frente de YPF, Miguel Galuccio, que podrían haber sido cuestionados por el alumnado
de Harvard. Por caso, que Cristina hubiera recibido en Nueva York a Geoge Soros,
del fondo Quantum, y posteriormente al presidente de la petrolera Exxon, Rex Tillerson.
Bien podrían haber preguntado por la razón de esas entrevistas, toda vez que la
visitante ha cuestionado muchas veces al capitalismo de casino, especulativo, y
Soros es una expresión cruda del mismo. También podrían haber marcado la contradicción
entre nacionalizar YPF y recibir a Tillerson para procurar acuerdos.
Pero no hubo reproches sobre esas entrevistas. Y la razón salta
a la vista: esos alumnos están de acuerdo en las inversiones y negocios con esas
multinacionales. Por eso callaron sobre este asunto. Puede que las autoridades de
esa casa de estudios, específicamente de la School of Politics, David P. Elwood,
precisamente por esa coincidencia de fondo, hayan extendido la invitación a la mandataria
argentina.
Los estudiantes de Harvard, en medio de semejante crisis mundial,
tendrían que haber estado más interesados en conocer detalles el caso argentino.
Es que en medio de ese marasmo, el país creció al 7 por ciento o más, en paralelo
al desplome del Lehman Brothers y la recesión del mundo desarrollado. Su propia
currícula demandaba más conocimiento del tema. ¿Cómo creció Argentina en medio de
la crisis? Silencio de radio. Hostilidad a la autoridad política de ese modelo relativamente
exitoso.
Si les molestaba la medida de ese éxito en palabras de la protagonista,
podían haberse tomado la molestia de leer algunos artículos de otro Nobel, 2001,
Josep Stigliz. El 28 de agosto de 2011 le declaró a Página/12: “El foco excesivo
de los bancos centrales en controlar la inflación es un error, pero también es un
error ignorar el fenómeno. La estabilidad financiera, el crecimiento y el empleo
también tienen que formar parte de sus objetivos. La baja inflación no asegura el
crecimiento sostenido”.
Otro ejemplo, el 13 de agosto pasado estuvo en Buenos Aires y
sostuvo: ”Argentina demostró que no fue fácil pero que es posible responder a la
crisis, haciendo posible seguir adelante. Ha tenido un alto crecimiento durante
muchos años, lo cual demuestra que el análisis es correcto”.
Al día siguiente, en conferencia en Ciencias Económicas, Stiglitz
dijo que Argentina “enfrentó dos problemas difíciles: la reestructuración de la
deuda y el ajuste del tipo de cambio, y creo que es un logro que lo hayan manejado
de la forma en que lo hicieron, fue un éxito total”.
Traducido, elogió “el ajuste del tipo de cambio”, pero la alumnada
de Harvard reprochó “el cepo cambiario”. Tendrían que escuchar un poco al Nobel,
pues se formó en el Amherst College e hizo el postsgrado en Economía en el MIT (Instituto
Tecnológico de Massachussets), el Estado donde está Harvard. El tipo algo sabe de
economía capitalista, más que el ex profe Domingo Cavallo.
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