“Con el éxito del
golpe institucional en Paraguay contra Fernando Lugo,
Estados Unidos ha
consolidado su poder militar en el corazón de países
del Unasur”, constata el periodista. |
La última edición de la Revista de Anticipación
Política-MAP, publicada por el Laboratorio Europeo de Anticipación Política
(Leap), está en gran parte dedicada al análisis de las tendencias regionales en
América del Sur entre 2012 y 2016.
/ Lunes
31 de diciembre de 2012
El capítulo dedicado al tema tiene un título
sugerente: Incertidumbre entre dominación estadounidense e independencia
regional.
La publicación sostiene que el actual escenario
regional e internacional presenta condiciones excepcionales para que Suramérica
se constituya en una región geopolíticamente soberana, luego del fracaso del
Consenso de Washington y de la estrategia de integración orientada por Estado
Unidos a través del ALCA. Analiza brevemente la política estadounidense de
construir una alianza con sus aliados del Pacífico, con el objetivo de crear
una barrera que podría dificultar las relaciones comerciales con Asia a los
países de la zona del Atlántico.
El punto álgido del análisis es el militar. Los
analistas del Leap sostienen que América del Sur debe prepararse para una
posible acción militar estadounidense, país que está militarizando el
territorio latinoamericano para fortalecer su posición de dominio. El think
tank geopolítico europeo, cercano al presidente François Hollande, se detiene
en la creciente presencia militar del Comando Sur en la región y concluye que
con el éxito del golpe institucional en Paraguay contra Fernando Lugo, Estados
Unidos ha consolidado su poder militar en el corazón de países del Unasur.
La convicción de que la superpotencia en decadencia
pretende recolonizar la región recurriendo a acciones militares no es novedosa,
salvo por el hecho de provenir de un importante centro europeo y por llevar los
análisis hasta las últimas consecuencias. El hombre siempre ha utilizado las
armas que ha desarrollado, y el mundo acostumbra a salir de las crisis
sistémicas con una gran guerra, después de la cual se dan las condiciones para
el nuevo orden, son dos de las ideas-guías de ese análisis.
Surgen de inmediato dos preguntas. ¿Está la región
preparada para enfrentar una acción militar recolonizadora del Pentágono? ¿Cómo
imaginamos, y cómo nos preparamos para la transición a un mundo nuevo, quizá
sólo multipolar, ojala también socialista?
La primera respuesta es que aún no están dadas las
condiciones para enfrentar, como región, a Estados Unidos. Sólo Brasil y
Venezuela tienen conciencia de las dificultades que vendrán en el futuro
inmediato y se están preparando para ello, según las capacidades de cada cual.
Brasil se dotó de una Estrategia Nacional de Defensa bajo el segundo gobierno
de Lula; está procediendo a revitalizar su industria militar y a construir los
medios necesarios para su defensa, incluyendo, como ya se ha dicho en esta columna,
la construcción de submarinos nucleares.
Sin embargo, tropieza con algunas dificultades y
limitaciones. La nueva postergación de la compra de cazas de última generación,
proceso que ya lleva dos décadas, y sobre todo la reciente inclinación por los
F-18 de Boeing en vez de los franceses Rafale, revela cómo las presiones de la Casa Blanca consiguen
resultados en países que parecían firmes en sus decisiones.
Como se sabe, Venezuela también ha dado pasos
importantes para defenderse de eventuales acciones militares pero sigue estando
en el ojo del huracán desestabilizador de Washington y las derechas regionales.
En los demás países predomina o bien un claro alineamiento con la política del
Pentágono (casos de Chile, Colombia, Perú y ahora también Paraguay) o
posiciones ambiguas como las de Uruguay. En todo caso, en la mayor parte de los
gobiernos de la región prevalece la convicción de que no habrá que enfrentar
situaciones extremas.
La segunda pregunta sigue requiriendo un debate
estratégico sobre cómo prevemos la llegada de los cambios y cómo nos preparamos
para hacerlos realidad. En este punto se impone una reflexión lateral: los
cambios de verdad, los que se relacionan con abrir el escenario político a
nuevas relaciones sociales, a nuevas formas de poder y por lo tanto a una nueva
sociedad, no vendrán de los gobiernos sino de los abajos, de la gente común
organizada en movimientos.
Lo contrario no puede ser sino la continuidad de la
opresión bajo otras formas. ¿Hemos aprendido algo de las revoluciones independentistas
que sólo cambiaron las élites y dejaron sin tocar las relaciones sociales y de
poder? En un texto luminoso, El problema primario del Perú, José Carlos
Mariátegui sostuvo: La república ha significado para los indios la ascensión de
una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus tierras.
Fue más lejos y aseguró que el virreinato fue menos culpable de la situación
del indio que los republicanos que los adormecieron al inscribir
demagógicamente sus demandas en un programa que nunca cumplieron.
Así las cosas, surge el tercer problema:
prepararnos para un futuro de guerras y confrontaciones impuestas por el
imperio y las clases dominantes supone, en primer lugar, construir la
convicción subjetiva de la inevitabilidad de estos escenarios. Un análisis que
incluya como eje central la eparación de fuerzas para esa eventualidad, que no
se reduce a una cuestión sólo militar sino implica algo más profundo y previo:
la disposición anímica, que pasa por una ética de no involucrarse con los de
arriba, se llamen burguesía, Estado, medios de la derecha u ONG.
Desde este punto de vista, en América del Sur
estamos aún muy lejos. En la medida en que no tenemos recetas prontas para
aplicar sobre cómo hacer y qué rumbos tomar, los ejemplos y referencias pueden
ser de enorme ayuda. Esos hombres, esas mujeres y esos niños que el 21 de
diciembre levantaron el puño en silencio en cinco ciudades de Chiapas nos
muestran el estado anímico y organizativo necesario para afrontar este periodo
histórico. Escuchémonos a nosotros, bien adentro, para identificar lo que nos
falta.
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