Ecuador en
el nuevo mandato de Rafael Correa
Entrevista de la Revista Bohemia de Cuba a Alexis
Ponce
Por:
Periodista Susadny González
24.05.2013
¿Podría
especificarme su cargo actual o función dentro del Gobierno?
Soy
defensor de DDHH y en la actualidad, asesor social del compañero Walter Solís, Secretario
Nacional del Agua.
Ciertos
analistas sostienen que después de la muerte de Chávez, Rafael Correa emerge
como el nuevo líder del continente. ¿Comparte este criterio o vislumbra un
liderazgo más colegiado en la región?
Alexis Ponce |
Comparto
el criterio de mi Presidente, quien públicamente expresó su desacuerdo con que
la oligarquía mediática global lo sitúe como “el nuevo caudillo” a la
muerte de Chávez. Rafael ha dicho claramente que no le interesa liderar absolutamente
nada, sino “servir a nuestras patrias pequeñas y a la Patria Grande, nuestra
Latinoamérica”.
Ahora
bien, en una perspectiva histórica, e independientemente de la correcta postura
personal manifestada por nuestro “Mashi”, como lo llamamos muchos en Ecuador (“mashi”
en quichua: amigo, compañero), es indudable que el Presidente Rafael
Correa se ha ido convirtiendo, a pasos acelerados, en un referente del nuevo
liderazgo continental, reconocido así por aliados y adversarios en buena parte
del mundo.
Hace
seis años escribí algo que me parece sigue vigente y se potencia cada día:
sostuve que Correa tiene una cualidad regional inédita: ser un líder que, por
su personalidad natural y su sólida formación académica, unifica como una bisagra
geopolítica las identidades de las grandes regiones del continente: el
norte y el centro de Sudamérica, el Caribe y el Cono Sur.
A
propósito del liderazgo colegiado, es acertada la tesis de nuestro querido
compañero Álvaro García Linera, Vicepresidente de Bolivia, quien señaló en
octubre de 2012 que “nuestros procesos no amarran a un modelo exclusivo,
sino que son búsquedas plurales con velocidades y densidades diferenciadas para
desmontar la maquinaria neoliberal y que se juntan unos con otros y forman un
torrente que converge”. Es obvio que, bajo esa dimensión, como sucedió en
las luchas de la Primera Independencia con Bolívar, San Martín, Morelos,
Artigas, Sucre, Martí, Morazán y otros, hoy tenemos en Latinoamérica un potente
liderazgo colegiado: Rafael, Lula, Nicolás, Evo, Cristina, Raúl, Dilma, Daniel,
Mauricio, Pepe...
“El
Mashi”, como todos los heterogéneos jefes de estado de la nueva
Latinoamérica, es un líder en proceso permanente de construcción regional: se
va formando cada día como un estadista supranacional con fuerte impacto
generacional y en la gente sencilla, de a pie, en lugares tan disímiles como
Caracas, Milán, Madrid, Buenos Aires o La Habana.
¿Cuál es
la visión que en su país se tiene hoy del presidente Rafael Correa? En su
opinión cuáles son algunas de sus fortalezas para conducir un proyecto de
gobierno como la Revolución Ciudadana y el Buen vivir que defiende.
La
visión del ciudadano de a pie es que tenemos, y así es, un presidente 100%
ecuatoriano, que lleva en sí mismo las identidades de las cinco regiones del
país, que siendo costeño tiene mucho de serrano, que siempre cumple lo que
dice, que trabaja de sol a sol, sin descanso (recuerdo que a Fidel en Cuba el
pueblo le decía “el Caballo”, por la forma de trabajar y de darse), que
se conoce cada palmo del territorio como pocos presidentes (quizás Alfaro o
Velasco Ibarra), que es muy tierno y delicado con los humildes y muy severo,
casi “un diablo” con los poderosos, que es amoroso con los pobres y los niños, y
a la vez apasionado y enérgico ante las injusticias y las trabas del día a día,
con una voluntad indomable, un pragmatismo que no eclipsa su gran idealismo, y
sólidos conocimientos de estadista del nuevo tiempo. El 30-S lo vi crecer a la
altura conmovedora de la historia de América Latina. Si fuese colombiano, la
gente le diría “¡es un berraco!”. Creo que sintetiza un acumulado
nacional de décadas, eso es lo que no entiende la oligarquía mediática
golpista, es decir reúne las fortalezas históricas y ‘ese misterio humano’
que es el carisma, de tres hombres que lo antecedieron: Eloy Alfaro, Velasco
Ibarra y Jaime Roldós.
Sus
ideas, frases y decires, se repiten y recuerdan en muchos espacios,
publicaciones y eventos por doquier. Y si “las ideas son a prueba de balas”,
es que el hombre ha vencido. Quizás, ya como cosa mía, digo que le hace falta,
un poco, volver a recuperar, después de algunos años de ejercicio del poder,
esa cautivadora ironía sonriente que enamoró a tantos y tantas, cuando era el
ministro de Economía más joven en la historia del país.
Su
principal fortaleza es el apoyo popular, real e impresionante, que ha mantenido
y aumentado con el paso de los años. Esa fortaleza determina las demás: en
primer lugar, la progresiva radicalización, que en todo líder consecuente es
notoria, como en el Fidel de 1961, el Perón de 1955, el Chávez del 2001. Para
conducir la Revolución Ciudadana, el Gobierno y el horizonte estratégico del
Socialismo del Buen Vivir, esas fortalezas garantizan el avance, no sin dificultades
objetivas y subjetivas, de nuestro proceso, que es propio, sin anclas a modelos
previos, autóctono, que se hace al andar, y que, al decir de Mariátegui, es creación
heroica.
En unos
de sus artículos usted alude a la manera en que algunos gobiernos progresistas
parecen abocados a la búsqueda de un camino alternativo al neoliberalismo. ¿De
qué manera se ilustra ese horizonte estratégico en su país?
Es una
inusitada ‘tríada’ la que vivimos hace años en el continente y Ecuador: por un
lado, es un momento de superación definitiva del neoliberalismo, la fase
salvaje del capitalismo global; por otro lado, es un ‘tempo’ histórico de
integración irreversible y unidad continental como solamente tuvimos a inicios
del siglo XIX, en la ruptura definitiva con el imperio español al cual
derrotamos; y, finalmente, es un espacio de diversidades juntadas como lo
manifiesta ese intelectual ejemplar que es Álvaro García Linera, para
estructurar modelos, estados y sociedades post-neoliberales.
Ese
horizonte estratégico y esa tríada, se ilustran en el país en el
desmantelamiento progresivo, pero acelerado, del neoliberalismo, en las esferas
económica, política, institucional, ideológica y cultural -éstas dos últimas,
las más complejas siempre-; el desplazamiento de la oligarquía del control
centenario del aparato del Estado; la derrota táctico-estratégica de sus
operadores clásicos: los viejos partidos políticos y gremios corporativos más
emblemáticos; la configuración, también paulatina y acelerada, del nuevo Estado,
en un tiempo histórico donde conviven aún, como es obvio, las dos formas
estatales; la superación del “ethos” neoliberal en la distribución de los
ingresos y recursos, hoy generados y multiplicados hacia la prioridad
gubernamental que son los derechos, obras y servicios sociales; la construcción
de una cada vez más sólida agenda exterior soberana, independentista,
multi-polar y latinoamericanista que dejó atrás, en el cajón del olvido, al
viejo colonialismo mental de la política internacional ecuatoriana del período
1999-2005; los crecientes beneficios estructurales y materiales a los más
pobres, las capas populares del país y, factor importante, presente en Ecuador
como en el resto de procesos gubernamentales de nuevo tipo, los crecientes
beneficios a la clase media, que se amplía inusitadamente. Pero quizás, lo que
mejor ilustra el horizonte estratégico, es el factor subjetivo: la recuperación
del amor propio, de la autoestima nacional, del orgullo de saberse parte del
Ecuador, la identidad de saberse un pueblo en un país diferente y, en muchas
cosas, mejor que el que tuvieron las generaciones pasadas. Este país, más que
edificios y obras materiales, necesitaba esperanza. Y la empezó a retomar.
Nos
falta, obviamente, avanzar en esa necesidad de construir la discursiva y praxis
que “baje hacia” y “empodere” a la población en la bandera
estratégica más relevante que debemos construir entre todos: el socialismo
del buen vivir. Cuando ese proyecto de largo plazo sea asumido profusamente
por un pueblo ansioso de participar, la cuenta regresiva del capitalismo
marcará un hito en la historia republicana. Pero considero impostergable
señalar que ese camino, cualquiera sea el nombre que adopte en el resto de
naciones fraternas, debe ser colectivo, regional, es decir global, paso
indispensable para vencer a escala continental.
Ud.
decía: “la Revolución Ciudadana se halla, paradójicamente, en la hora
crucial de las potencialidades y las encrucijadas”. ¿Pudiera argumentar esa
afirmación?
Esa
afirmación, en rigor, la sostuve en un trabajo que escribí en noviembre del
2008; es decir, han pasado cinco veloces y profundos años, razón por la cual
deben contextualizarse y entenderse a la luz de aquel primer año de Revolución
Ciudadana. Aún no ocurría entonces, el intento de golpe y magnicidio del 30-S,
ni se manifestaban, con la elocuencia de Angostura, los sectores fascistas como
el representado por el coronel (r) Mario Pazmiño en FFAA y, sobre todo, en
ciertas estructuras de la Policía; aún el partido mediático no se consolidaba
como la poderosa vanguardia global de la reacción contra este proceso; tampoco
se clarificaba, como hoy, el papel que la historia habrá de calificar, de las
ONG’s, los partidos de la autollamada “única y verdadera izquierda” y
los movimientos indigenistas y obreristas que abandonaron la lucidez y
generosidad de los 80as y 90as, para ensombrecerse en la neblina de sus propios
límites, que los convirtió en un “Polifemo anti-correísta” de mirada
corta y odios estrechos, que les llevó a apostar a favor de la intentona
fascista del 30 de Septiembre. La Revolución Ciudadana, en su difícil viaje
colectivo hacia el nuevo país, ha recibido las rocas, ataques y conjuras de
este cíclope que tiene, como en la mitología griega, varios otros hermanos en el
continente: los cíclopes que, con su solo ojo con que ven la realidad, se
oponen a Rafael, Evo, Nicolás, Cristina, Dilma, Pepe y Daniel.
Ahora
bien, hay que entender que toda revolución -más aún las que van surgiendo en el
siglo 21- siempre camina entre potencialidades y encrucijadas. No creo en la
irreversibilidad definitiva de los procesos, ni en la vida ni en la historia.
Estamos en un momento aún no definido ni definitivo de los procesos
progresistas de América Latina. Luego de lo ocurrido en Honduras y Paraguay
nadie puede sostener que tiene certeza de qué ocurrirá más tarde con los
intentos desestabilizadores en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Argentina,
etcétera.
No sería
marxista -y creo serlo- si dijera que nuestro proceso es ‘irreversible’.
Caminamos entre potencialidades y encrucijadas: es el signo del destino
latinoamericano. Apuesto a las potencialidades, no faltaba más, pero las
encrucijadas existen siempre, menos para las estatuas de sal. Con todo ello,
veo que las encrucijadas se pueden definir y resolver a través de lo que hemos
dado en llamar, tanto por parte del gobierno y una gran porción de la
militancia de PAIS, como por parte de los movimientos sociales, obreros,
poblacionales y campesinos aliados, la Radicalización del proceso.
¿Cuáles
se esbozan como tareas impostergables para el ejecutivo de Correa? ¿Dónde
estriban a su juicio los desafíos de la nueva Asamblea?
En el
corto plazo la tarea impostergable para el Ejecutivo y Legislativo, se estima
que será la aprobación de las leyes estratégicas, trabadas por la oligarquía
mediática y la partidocracia criolla antes de su derrota del 17 de febrero. Es
decir, las leyes de Comunicación, de Agua, de Tierras y, finalmente, el nuevo
Código Penal (y aparejado a éste, tendrá que aportar al cambio estructural de
la Fiscalía del Estado, que aún sigue anclada a la vieja dimensión represiva de
los 80as y a la visión policial de la DEA).
En el
nuevo período presidencial del 2013 al 2017, teniendo como nuestro sur
(meta estratégica) al socialismo del buen vivir, veo en el horizonte la
construcción inicial de los pilares de aquellas nuevas estructuras del país: el
cambio de matriz productiva, la democratización de la economía y los medios de
producción; el cambio de la matriz energética; la revolución
científica-tecnológica; el desarrollo de un estado democrático del buen vivir
desde los territorios; la revolución cultural y del conocimiento (“Ciudad
Yáchay” es la piedra fundacional de aquella); y el fortalecimiento participativo
de la sociedad.
Pero
considero esencial que en todos los plazos: corto, mediano y largo, nuestro
proceso genere más democracia que la ya generada y más participación de la que
ya existe, pues en este nuevo período abierto por el triunfo aplastante del 17
de febrero, profundizar el proceso de cambio político, social y económico,
significa cuidarlo, ahondándolo, puesto que por él hemos luchado millones de
ecuatorianos y ecuatorianas, para que no fracase ni en el cuatrienio, ni
tampoco en la siguiente década del 2020 al 2030, donde los pilares
fundacionales del socialismo del buen vivir empezarán a dar los nuevos frutos.
En esa
perspectiva, los desafíos de la nueva Asamblea estriban en la capacidad de
generar una elocuente y masiva participación social y ciudadana
extra-parlamentaria, ampliando espacios incluyentes inusitados a las
organizaciones sociales y permitiendo que las disidencias internas y externas
se expresen para cualificar ese salto dialéctico que implica el
socialismo del siglo 21. La humildad y la modestia son más bellas cuando más
fuerte eres.
Hace
unas semanas el presidente hablaba de la necesidad de la crítica y autocrítica
a favor del proyecto en construcción. ¿Cuáles son a su entender los principales
señalamientos que se le pudiera hacer a su Gobierno?
Solo los
dogmáticos y los sectarios desconocen el humilde poder de la autocrítica.
Rafael, semanas atrás, con acierto conceptual y valentía corazonal llamó
públicamente “a ejercer la autocrítica para revolucionar la revolución”.
No podemos dejar solo al presidente Correa en este llamado. Es necesario
hacerle saber que cuenta con el apoyo militante, crítico y autocrítico, de
PAIS, de los funcionarios, de todas las fuerzas sociales organizadas del país y
Latinoamérica que apoyan la profundización participativa y democrática del
proceso.
Así que
más que señalamientos, que los hay, deberíamos hablar de tareas a fortalecer y
deudas a pagar: creo que a mayor ataque de los golpistas, es pertinente más
radicalización del proceso. El 30-S la mayoría de la gente, que no tiene título
Ph.D, fue la que salió a morir por su presidente y a defender en la calle su
vida. Así que a mayor intolerancia del imperio, más participación social y
democracia, hacia y desde abajo. A mayor defensa del statu-quo, más
democracia participativa. A mayor ataque mediático, más democracia
comunicacional y entrega masiva de frecuencias, canales, radios y periódicos a
las organizaciones sociales y comunidades.
Las
mujeres deben tener su canal de televisión, las organizaciones de trabajadores
contar con una frecuencia nacional de radio, los intelectuales con espacios
propios en los canales incautados de televisión, los defensores de DDHH que
apostamos a este proceso debemos obtener un programa de televisión propio, los
comités de la revolución ciudadana contar con periódicos y revistas de tiraje
nacional. Entre el 2013 al 2017 será necesario concretar esos espacios de
revolución cultural y democratización comunicacional.
¿De qué
manera se articula en Ecuador la ofensiva estratégica de las elites luego de su
intento por erosionar y desconocer las elecciones presidenciales?
Aquí ese
intento “murió en el intento” como Lucio Gutiérrez. Los estamentos
fascistas y los grandes medios mercantilistas se aislaron. Quisieron
intentarlo, pero fracasaron. La derecha intelectual, los grupos económicos más
responsables y el candidato que quedó en segundo lugar, estuvieron a la altura
del momento, fueron muy responsables y no cayeron en la trampa gutierrista, socialcristiana
y bucaramista. Por lo tanto, éstos no lograron “caprilizar” al país.
Obviamente,
hay una matriz hemisférica y trasatlántica, no solo criolla, de embate
colectivo contra Rafael y todos los procesos gubernamentales progresistas del
continente, que activa un poderoso “lobby” político-económico-mediático- académico-trasnacional
(los 'think-tank’ de la reacción) que converge en estrategias de
acción mancomunada entre sus pares de la región para desestabilizar al Mashi
y también a los otros gobiernos del Eje del Mal, bajo el esquema de las
‘revoluciones naranja´, con una coordinación regional cuyas puntas de
lanza son el Partido Popular de España, la USAID, la NED, la Fundación CATO, la
Fundación Ecuador Libre, la Sociedad Interamericana de Prensa, el Grupo de
Diarios de las Américas, el Canal NTN24 de Colombia y, en la orilla de “los
derechos humanos del norte”, las ONG’s, la CIDH-OEA, su Relatoría de
Libertad de Expresión y las cortes que dan la razón a las transnacionales y no
a los pueblos.
Es
decidor que sectores fanáticos de ultraderecha que han perdido espacio desde la
consulta por la Constituyente en 2008, y que perdieron abrumadoramente el
reciente 17 de febrero, decidieran (como entrenados en iguales matrices de las
revoluciones de terciopelo) cambiar el esquema y los escenarios. Apenas
perdieron, aparecen enquistados en redes sociales y parapetados en espacios
religiosos fundamentalistas, tanto católicos como cristianos, han decidido “migrar”
su discurso antigubernamental a otras esferas, mutar como camaleones en pieles
diferentes y dar la pelea desestabilizadora con otras identidades: el
grupúsculo “14 millones”, inflado mediáticamente ex-profeso, abandera la lucha
contra “el diablo” (léase el Gobierno) en todas las iglesias donde reparten
octavillas contra la Revolución Ciudadana promocionando movilizaciones contra
supuestos, en el pasado reivindicados -en la era febrescorderista (1984-1988)-
por el ultramontano grupo “Tradición, Familia y Propiedad”; supuestos
que han vuelto a resucitar, a través de ataques falaces contra el Presidente
por “alentar” la promiscuidad sexual, la pastilla del día después, el
matrimonio gay, etcétera, cuando es notorio, en Ecuador y el mundo, que “el
Mashi” es un católico practicante.
Los
grupos pro-vida, financiados por lo más exacerbado de la extrema derecha
estadounidense del partido Republicano, Sarah Palin y los pastores que dieron “hurras”
a Bush, en su momento apoyaron la campaña tendenciosa contra la Constituyente
de Montecristi, atizando un discurso cavernario a través de dos mujeres
asambleístas que tuvieron enorme caja de resonancia en los medios, para evitar
la democratización temática de los derechos. Y hoy, cuando perdieron todo
espacio público político, cuando han sido desplazados por una nueva derecha,
más homogénea, intelectual y moderna, salieron del sepulcro para vestir sus
blancas túnicas donde incuban el golpismo de nuevo cuño.
Es
diciente que lo hagan a sabiendas que tenemos un nuevo Papa, latinoamericano, y
un jefe de Estado que fue el primero en saludar y emocionarse con tal
nombramiento. Es inevitable que estos embates de hoy, me recuerden la sombra de
las operaciones sicológicas montadas por la CIA y sus agentes internos en el
Ecuador de los 60as, cuando promovían desde las iglesias y lo religioso, el
ataque y la desestabilización a los nuevos vientos que soplaban en el país y el
continente.
La
oposición, en todo el continente, se nos presenta desideologizada, sin embargo,
a propósito de la figura de Guillermo Lasso (segundo en las elecciones de
febrero) Correa formula su deseo de que “en este período tengamos una
verdadera oposición democrática”. ¿Qué criterios permiten sostener esa
expectativa?
Entiendo
muy bien y apoyo esa tesis del Presidente cuando la formuló, apenas enterado
del impresionante triunfo la noche del 17 de febrero.
Lo que
se desconoce en el exterior y por parte de “las verdaderas izquierdas”,
es que durante el tiempo de campaña, los sectores más retardatarios no solo lanzaron
sus ataques a Rafael, sino a Guillermo Lasso, el candidato presidencial de
CREO, endilgándolo de “tibio” y “traidor”. Es esa misma extrema
derecha que asume desde el fundamentalismo el ataque de nuevo tipo contra el gobierno
en estos días, la que endilgó tales calificativos contra Guillermo. Son los
sectores más ultra-derechistas, incluso en los medios oligárquicos como “El
Universo” y “El Comercio”, los que en la coyuntura electoral llegaron a
condenar sin disimulo a Guillermo Lasso, renegando de su temperamento dialogal
y su culta manera de comportarse en política, distante y distinta de la
conducta, de matones de barrio, de Lucio, Noboa, Nebot o Bucaram.
Si esto
fuera Caracas, esos sectores serían caprilistas, contrarios a todo diálogo y a
toda moderación.
Aquí
tuvimos, y aún tenemos, una oposición mediocre, inculta, fundamentalista y poco
preparada, gansteril en sus métodos, tristísima por su total falta de ética,
lumpen por sus costumbres consuetudinarias en el quehacer político. Hasta los
jefes editoriales de la prensa oligárquica, que se pretende que son gente
medianamente preparada, han hecho gala de escaso conocimiento y gansterismo. En
estos cinco años no tuvimos una oposición política seria, sino caricatural,
garrotera, golpista y cavernícola. No tuvimos al frente un polo ideológico de
‘intelectuales orgánicos’ que representen mejor y bien sus posiciones,
intereses y visiones del mundo. Hoy eso sí se percibe, por fin, en Guillermo
Lasso, un adversario al cual se le respeta por ser, en efecto, distinto y
distante de aquella cultura politiquera de la vieja república. Defenderá sus
opciones y enfoques, obviamente, pero guardo la esperanza de que él
representará desde el 24 de mayo, la inauguración de la oposición orgánica e
intelectual conservadora a la Revolución Ciudadana, con argumentos y conceptos
serios y con respeto caballeresco a las reglas del juego democrático. No es el
cavernícola coronel Mario Pazmiño, ni el inculto reptilíneo Lucio Gutiérrez, ni
el triste clown oligárquico Álvaro Noboa. No es Capriles ni Uribe. En esa
tesis, que no la entiende la ultraizquierda interna y externa, coincido con el
Mashi.
Recientemente
el presidente Rafael Correa notificó el inicio de las negociaciones para su
adhesión al MERCOSUR. Desde su perspectiva, ¿qué importancia tendría para el
país su inserción en ese bloque comercial del Sur?
En mi
opinión, sería un hito más en la construcción de esa agenda internacional
soberana, integracionista y multi-polar que tanto ansié que tuviéramos en el
Ecuador. Correa ha hecho posibles muchos de esos escenarios que elaboramos y
por los cuales luchamos en una década. Falta avanzar mucho más, por supuesto:
me gustaría que en breve nuestro Presidente fuera a Moscú y Pekín, los dos nuevos
polos del mapamundi que está por nacer en lo que queda de la década. Desearía
que estuviéramos en el MERCOSUR para evitarnos un tratado de libre comercio
asimétrico con la UE y el renovado imperio alemán. Imagino verlo en Sudáfrica y
la India, para trazar hasta allá la línea ecuatorial, que desde Nuestra América
la empezara Fidel y continuara Chávez con el África y la gran nación de Gandhi.
Y si de soñar se trata, quisiera que un día, entre 2013 y 2017, el Mashi reciba
a los máximos representantes del herido y digno Estado de Palestina.
Pero, en
el corto y mediano plazo, que Ecuador sume nombre y destino al MERCOSUR, es un
desafío y una utopía imposible de imaginar en la era del colonialismo mental
que nos tocó padecer con Mahuad, Gustavo Noboa y el dúo Gutiérrez-Zuquilanda.
Tan solo pensar que podríamos formar parte del bloque económico (y geopolítico,
he de insistir) más fuerte del Sur del mundo, debería motivarnos a apoyar ese
esfuerzo y que, a la vez, debamos defender la consolidación temática de la
UNASUR, la cristalización comunicacional del ALBA (en auxilio concreto, no
discursivo, a nuestra lucha inminente por la democratización de la
comunicación, la tierra y el agua), y el crecimiento acelerado de la CELAC en
el concierto internacional de naciones.
Creo que
una referencia para saber avanzar en el camino correcto, nos lo da,
paradójicamente, el reciente Informe de la CIA sobre Escenarios globales hasta
el 2030. Si no apostamos al mundo multi-polar, a la alianza con China, Rusia,
India, los países árabes, África, al Mercosur y a la Patria Grande, todo el
sacrificio de una década en Ecuador y Latinoamérica, servirían de poco:
volverían a mandar en estas tierras los herederos de la doctrina Monroe.
Como
parte de la renovación del ejecutivo es notable la presencia de las mujeres en
el Parlamento. ¿Qué lecturas le podemos dar a este hecho? ¿Podría tal vez ser
una forma de enfocarse hacia la violencia de género, una realidad histórica
todavía patente a pesar de los avances constitucionales y legales en ese orden?
La
feminización de la conducción parlamentaria y en la composición del gabinete
ejecutivo, pone contra las cuerdas a una oposición mediática y social
conservadora que siempre tiene respuestas descreídas a todo. Si lanzamos el
primer satélite al espacio, los “huasicamas” del imperio, caricaturizan,
amargados, el inédito despegue del país hacia el futuro. Si la prensa europea
sostiene que Ecuador es “el nuevo jaguar de América”, los “felipillos”
de la burguesía caricaturizan, envenenados, diciendo que el país no llega a
tanto, solo a “danta” o “tapir”. Si ahora tenemos tres mujeres al frente de la
Asamblea Legislativa, los “malinches” de los medios, caricaturizan, con
odio en el fondo, esta inédita experiencia política, citando que se trata de “una
treta”.
La
realidad histórica de relegamiento a la mujer, de discriminación de género y de
machismo marcado, evidentes en nuestra sociedad patriarcal, son confrontadas
así por una revolución política como la nuestra, que envía mensajes de superación
y ampliación de la democracia, de feminización de la política y del ejercicio
de poder, y que ojalá, es mi deseo, coadyuve a sancionar al feminicidio, delito
que aumentó en el país, y a fortalecer las políticas de inclusión, de igualdad
de género y los derechos de las mujeres.
”¿Una
revolución puede avanzar sin la participación de los sujetos históricos y las
comunidades sociales?” ¿De qué manera esta pregunta esbozada por usted se
cumple al interior del proceso ecuatoriano?
He
sostenido lo contrario: “Una revolución NO puede avanzar sin la participación
de los sujetos históricos y las comunidades sociales”. Creo que toda
revolución, y más un proceso revolucionario del siglo 21 donde las diversidades
son su cualidad, se mide por el grado de ejercicio participativo de su gente y
por una virtud escasa en toda revolución que no ensancha sus espacios: en que
no le tiene miedo a las comunidades, al pueblo, a la gente, y en que abre ‘las
anchas alamedas’ como dijo Allende, para la participación directa, crítica y
abierta de la sociedad movilizada. Al neoliberalismo en retroceso y a la
democracia minimalista de la partidocracia, debemos anteponer más democracia
participativa y directa.
En esa
dimensión, en este proceso hemos conquistado muchos niveles, canales y espacios
de participación, desde antes de la Constituyente, y luego de ella, amparados
en la Constitución más vital del planeta: la que consignó por vez primera que
tuviéramos derechos de la naturaleza, la silla vacía, el cuarto poder ciudadano,
los consejos sectoriales participativos, entre otros.
Obviamente,
dolorosamente en mi opinión, toda institucionalización de la participación es
inevitable, pero si se acartona y formaliza, se corre el peligro de ‘formolizarla´,
promoviendo el consentimiento callado y obediente. Sin organización ni
participación ‘ilegal y ruidosa’, quiero decir sin la activa presencia de la
gente, de las organizaciones y militantes que están o nacieron con este
proceso, se ritualizan los espacios de movilización y los instrumentos de
participación. Y “una revolución sin baile, no es una revolución”.
Las
organizaciones sociales comprometidas con este proceso han cometido muchos errores,
demasiados, en tan pocos años. Por eso opino que tenemos por delante varios
quehaceres, tanto las organizaciones sociales, cuanto las comunidades, y
también las militancias, PAIS, los CDRs, los funcionarios revolucionarios, el
Ejecutivo y el Legislativo, el Gobierno en sí:
-
Construir un Eje Nacional de la Revolución Ciudadana que amplíe la
participación social y garantice la continuidad del proceso.
- No
dejar solo al Mashi en su tesis de que es necesario asumir la
autocrítica (y la crítica añadiría yo) para revolucionar la revolución. Es
crucial acompañarlo, defenderlo y ayudarlo a profundizar la revolución.
- Saber
que los procesos revolucionarios del siglo 21 son como ríos, y un río trae de
todo: no puede mirarse ese río como “izquierda y derecha”. Se debe
entender que lleva y concentra al ‘todo nacional’, que fue fragmentado en la
era neoliberal.
- Estar
conscientes que ésta es una ventana de oportunidad histórica de un pueblo: no
podemos desperdiciarla ni dejar que la desperdicien nuestras propias
autoridades, ministros, funcionarios, técnicos, militantes y medios públicos.
-
Impulsar la movilización permanente de todos los actores comprometidos con este
proceso: una revolución que se profundiza, no lo hace desde la inercia y la
inmovilidad. No se puede movilizar la gente solamente cada 30 de septiembre,
cada 17 de febrero y cada 1º de mayo.
- Hay
que dotar de seguridad a los cuadros dirigentes, tanto en el Estado cuanto en
las comunidades y militancia, porque estimo que la reacción más violenta
buscará golpear selectivamente y escalar a nuevos escenarios la confrontación
entre el 2013 y 2017.
-
Alentar la organización popular lo más masivamente que se pueda. Es crucial
construir “las otras Ciudades Yáchay”. Abajo y arriba, al este y al
oeste, al norte y al sur, hay que constituir los epicentros de los
otros conocimientos, de las sabidurías populares, de las experticias
militantes y de las experiencias de formación política, organización,
historia y vida, valiosas y potentes que tenemos en un pueblo tan
ejemplarmente insurrecto como el nuestro, reivindicando las venidas a menos
ciencias sociales, los espacios de discusión en calles e instituciones,
espacios que pudimos abrir en la efervescente etapa pre-revolucionaria de
noviembre de 2004 a abril de 2005. Las amas de casa dialogaban sobre política
petrolera del país en asambleas barriales; los trabajadores discutían la
Constituyente en las empresas estatales; los y las “guambras” (quichuismo por
jóvenes) reivindicaban el sexo, el baile y el humor como ejes nodales de la
lucha contra la vieja república, y los activistas conspirábamos en público para
derribar al viejo régimen.
Ese “ambiente”
revolucionario debe respirarse, otra vez, cada vez más, superando el “te doy
haciendo” al que a veces están acostumbrados los funcionarios y militantes.
Parafraseando a “V” (el héroe del famoso film) “el pueblo no teme
a los cenáculos que desconfían de la gente; son ellos los que temen a la
ciudadanía revolucionada”.
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