miércoles, 19 de diciembre de 2012

¡Se viene el fin del mundo!

Diagrama del tiempo en un códice medieval, donde se observa claramente que el fin del mundo ya sucedió, ¡y nosotros sin enterarnos!






¡Se viene el fin del mundo!

Juan del Sur

El surgimiento y la difusión de la superstición, la seudociencia y la anticiencia
son fenómenos psicosociales importantes, dignos de ser investigados de forma
científica y, tal vez, hasta de ser utilizados como indicadores del estado
de salud de una cultura.
Uno puede ser intolerante con las teorías falsas, pero tolerante con quienes las
sustentan, a condición de que no medren con ellas.

El oscurantismo es, en el mejor de los casos, una forma de escapismo;
en el peor de ellos, una cortina de humo y un instrumento de
opresión. ¡Larga vida a la Ilustración!

El fin del mundo está sentenciado. Y esto es científico, o sea, resultado de cálculos rigurosos, aunque la mayoría (por no decir todos, porque andá a saber) no lo veremos: es seguro que el combustible nuclear de la estrella más próxima a la Tierra algún día se agotará, terminando así su fase estable y comenzando el proceso de transformación en gigante roja. Cuando esto ocurra, el Sol se expandirá enormemente, superando posiblemente la órbita de la Tierra. Es decir, nuestro planeta se vaporizará. Esto debiera ocurrir en unos 5.000 millones de años.
Pero hay otras amenazas más próximas e, incluso, palpables: por ejemplo, el cambio climático que causamos desde la revolución industrial y del cual somos directamente responsables. La alteración del clima rompería los delicados ecosistemas de la Tierra, causando cambios impredecibles que podrían llevar, quizás no al fin de toda la vida, pero sí a nuestra propia extinción. Además, el volumen de la población mundial ha excedido largamente la capacidad de carga sustentable por el planeta: no da para más.
Y, por si esto fuera poco amenazante, a más tardar dentro de cien años casi todos los que hoy chancleteamos por este planeta habremos sufrido nuestro fin del mundo personal.
Sin embargo hay quienes prefieren ignorar las amenazas reales e inventarse las propias, tal como los personeros del oscurantismo que vuelta a vuelta se largan a anunciarnos un fin del mundo —eso sí— con indicación de día y hora. Ahora les tocó a los creyentes en la sabiduría maya (sabiduría que no les alcanzó a sus poseedores para prever y conjurar su propia destrucción) pronosticar el fin del mundo para el 21D, predicción a la que se han adherido otros de su misma ralea.



Por cierto, hay que reconocer que la mayoría de las personas se ha tomado esto para el churrete, pero yo les aconsejaría, por ejemplo, a los cristianos, que no miraran estos delirios con tanta suficiencia, ya que el primero que anunció un fin del mundo chasqueado fue Jesucristo. Esto puede ser leído, entre otros evangelios, en Mateo 24. 29-34: “El Sol se oscurecerá, y la Luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo”,“y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo”, “y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta” y entonces “lamentarán todas las tribus de la Tierra”. ¿Cuándo sucederá esto?: “De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca”. ¿Cuál generación?: la de Él (y cuando digo “Él” no me refiero a NK).


                                     Máscara antigás “apta fin del mundo”: si le falla le devolveremos su dinero.



Pero no fue esta la única vez que la Iglesia de Cristo se hizo portavoz de una predicción finalista. En el año 1000 la agitó hasta convertirla en una psicosis colectiva, generando en personas de todas las clases actos extravagantes. Les cuento que no pasó nada, pero volvieron a la carga en el 1033, con motivo del supuesto milenio de la muerte de Cristo. Y, o me equivoco, o el fin del mundo tampoco sucedió esa vez.




No hace falta decir el eco que imbecilidades de este tipo encuentran en el periodismo, como parte de un paquete dogmático que se propone —y logra— instalar el irracionalismo en las masas, con vistas a favorecer su autoindulgencia acerca de las consecuencias de sus propios actos.
Por cierto, es más molesto y comprometedor ser riguroso en el conocimiento de la realidad y de sus leyes. O, dicho con palabras de Edith Sitwell (las citas del encabezamiento son de Mario Bunge), “el público creerá cualquier cosa, siempre y cuando no esté fundamentada en la verdad”.





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