Coronel Francis Caamaño hijo |
Por Narciso Isa Conde
Me imagino que mi padre tuvo tantos méritos históricos
como para que un régimen adverso a sus ideales, presionado por un clamor
popular, lo declarara héroe nacional.
Recuerdo, dentro de esa agradable fantasía, su
gallardía militar y su inmensa capacidad de amar.
Recuerdo
como nos mimó. Lo imagino llegando sudoroso a nuestro hogar desde los heroicos
combates contra el yanqui invasor.
Nos besaba. Nos apretaba contra su pecho.
Jugábamos tirados en el piso, presente todavía el olor a pólvora.
Nos hablaba del por qué de su rebeldía, del valor
de la libertad y de su Patria mancillada.
Recuerdo su rostro triste, cuando finalizada la
contienda, lo forzaron a radicarse en Londres. A ese mundo desconocido llegamos
llevados de la mano por él y por mamá. Ellos siempre con nosotros/as, brindándonos
cariño y enseñanzas.
Después se produjo su paso a la otra isla
maravillosa. Y entonces, con sus precisas instrucciones, la familia le siguió.
Luego –dice
la leyenda de Caracoles- hubo de producirse su conmovedor salto a la
inmortalidad en 1973.
En su linda carta de despedida, previa a la salida
de Cuba, nos escribió: “debo
decirles hijos míos que…su patria chica, Santo Domingo, lo va necesitar, y no
solo a ustedes, el internacionalismo genera una fuerza extraordinaria y los
prepara para el futuro, y este pueblo que es ejemplo, ayuda y ayudará con su
esfuerzo a los pueblos hermanos en las lucha contra el enemigo común, el
imperialismo yanqui”
No olvido cuando
ese enemigo -encarnado en generales “de horca y cuchillo”, en agentes
extranjeros encubiertos, en oficiales desalmados- logró capturarlo, fusilarlo,
descuartizarlo, quemarlo y ocultar sus restos…con la venia del déspota
ilustrado.
Me sitúo ahora, fuera de toda fantasía, cuando el
clamor nacional apunta contra la impunidad que ha protegido asesinos y ladrones
por ocho décadas.
Me pongo en la situación del hijo que lleva el
nombre y la estirpe del coronel de abril… que alcanzó recientemente en buena
lid el grado militar que le facilitó al padre “casarse con la gloria”
¿Qué hacer?
¿Callar?
¿No acompañar a mi familia cuando exige justicia
contra los asesinos de mi padre?
Sigo
estimulando la imaginación: nunca antes callé. Nunca me habían mandado a
callar.
¿Por qué ahora?
Es evidente que la piel del régimen de impunidad
está hipersensible y temblorosa.
Pero es tarde para pedir silencio. Tarde, aunque
me forzaran temporalmente a callar: millones de voces están decididas a alzarse
para que los sádicos asesinos de aquel intrépido coronel -los mismos que
mandaron a matar a Orlando, Pichirilo, Arsenio, Guido Gil, El Moreno y tantos
otros/as luchadores/as- sean ejemplarmente castigados.
Millones de
voces están alzadas contra la corruptela y los crímenes de lesa humanidad.
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