Luis Paulino Vargas Solís
Doña Laura y su delegación oficial visitan al nuevo papa, Francisco I.
Nos cuenta Chinchilla que el papa la elogió como “mujer de coraje”. Y mientras
la mandataria recibía la bendición pontificia, en Costa Rica –aquí y allá- se
encendían hogueras que amenazan con una conflagración abrasadora.
Les propongo un recuento apenas parcial, puramente ilustrativo y sin
ninguna pretensión de exhaustividad:
- 45 EBAIS a un tris de
cerrarse en cantones josefinos y cartagineses situados al este de la
capital. Cientos de miles de personas
resultarían directamente perjudicadas.
- Varios cantones y ciudades situados al oeste del Valle Central se
declaran indignados y al borde de la insurrección ante las inaceptables
condiciones que plantea el contrato de “concesión” (o sea, de privatización) de
la autopista hacia San Ramón.
- El ministro de transporte defiende otra “concesión” –ésta en
relación con la infausta trocha fronteriza- dada a cierta cuestionadísima
empresa. Las palabras del ministro justificando esta decisión –obscenas a
fuerza de cínicas y desvergonzadas- nos dejan pasmados, pero sobre todo
furiosos.
- Gasolineros amenazan con paralizar el país. La ARESEP cede ante sus
presiones, tan solo para ratificar de qué forma el organismo regulador, que
habría de proteger a la ciudadanía, en realidad ha devenido rehén de estrechos
intereses corporativos.
- Gaseras en rebeldía frente a las disposiciones regulatorias de
timoratas autoridades públicas. Parecieran decir: “¿que si murieron personas o
pudieran morir otras más? ¿Y a nosotros qué nos importa?”.
No me referiré a encuestas recientes publicadas en La Nación excepto
para enfatizar que los datos publicados evidencian un sentimiento de agravada
inseguridad económica y temor a la pérdida del empleo. Que si las élites –doña
Laura y su gobierno incluidos- se esforzaran por leer la realidad en vez de
seguir solazándose en sus privilegios y montadas en la nube de opio de su
ideología, acaso entenderían esto como una advertencia –una más entre
tantísimas otras- del fracaso estrepitoso de su modelo económico.
Pero para doña Laura es importantísimo renovar los votos de su alianza
con los poderes de la religión. Es asunto realmente ambiguo. Por un lado, la
señora Chinchilla no se cansa de repetir gestos de sumisión ante los altos
dignatarios clericales. Pero, a la vez, con demagógico sentido de oportunidad,
se afana por hacer de la religión un instrumento de propaganda que le ayude a
recuperar réditos de popularidad. Sabemos que es una vieja historia: la
religión –que incluso en la modernidad no dejó de ser uno de los poderes centrales-
es al mismo tiempo un instrumento del que otros sistemas de poder echan mano
para legitimarse. Y ese es claramente el caso de los políticos: no obstante
mediar profundas diferencias ideológicas, es del caso que, de Chávez a
Chinchilla, raramente hay alguno o alguna que se escape a tan poderoso embrujo.
Pero el tema sustantivo aquí es otro, y lo sintetizo en lo siguiente: la ausencia de la presidenta Chinchilla.
Algo así como un silencio estridente; una especie de ostentosa invisibilidad;
un estar-no-estar que resulta atosigante de tan invasivo.
Chinchilla no está, y ésa es su más violenta forma de estar.
No está en la crisis de la Caja; Balmaceda ha de hacerle frente
solita. No está en el impúdico desastre de la trocha; son otros los que
aparecen para repetir hasta el vértigo y la náusea
que-la-trocha-se-hizo-sola-porque-ellos-nada-hicieron. Ni da la cara ante las
comunidades del este de San José, a punto de quedarse sin EBAIS ni ante las del
oeste del Valle Central, soliviantadas ante la oscura concesión de la
autopista. Ni ante a las gaseras en rebeldía, ni frente a la subversión
descarada de las gasolineras. Tampoco dialoga con las personas sexualmente
diversas ni con los pueblos indígenas de Costa Rica.
“Laura no está, Laura se fue” dice cierta popular canción. En efecto.
O, por lo menos, no está donde se necesitaría que esté.
Ah, pero menciónele usted un nuevo tratado comercial, la clausura de unos juegos centroamericanos o
un campeonato mundial de fútbol. Donde concurren los grandes poderes económicos
o donde se pueda sonreír en procura de réditos demagógicos. Ahí siempre está.
Podría quizá decirse que es el estilo de esta presidenta y que justo
por ello ha perdido hasta el último gramo de respeto que la ciudadanía podría
haberle tenido. Pero ésa es solo una parte de la historia. Cierto que
Chinchilla no facilita las cosas, pero en realidad el problema es sociológico y
político en sentido amplio: Costa Rica está hoy en manos de una élite que,
instalada en su burbuja estratosférica, no ve las realidades fragmentadas y
descompuestas de la sociedad a su alrededor, ni escucha los cada vez más
estridentes clamores de hartazgo e indignación. Y cuando digo “élites” no me
refiero solo a las de la política. Igual acontece con los poderes económicos y
religiosos. Pero es del caso que incluso los bien remunerados ideólogos del
poder –por ejemplo, quienes escriben en La Nación- se muestran remisos a
generar alguna lectura sensata de las furiosas tormentas que se agitan sobre
sus cabezas.
Hoy día Costa Rica es un país controlado por gente que vive adormecida
en el sopor de sus privilegios, ávida de acaparar más y más riqueza y poder.
Escuchan a lo lejos –pero muuuy lejos- algo como un tremor de truenos, un
agitar de ventarrones y aguas turbulentas. Pero parapetados en sus mansiones
amuralladas, en sus blindados autos del año y sus alfombrados despachos, se
sienten muy protegidos. Nada de eso les toca, mucho menos habría de
inquietarles. No es su asunto. Ni les afecta ni les concierne.
Lo suyo es otra cosa: las “alianzas estratégicas” con transnacionales;
las megainversiones en fastuosos proyectos inmobiliarios; la especulación con
bienes raíces. O, como doña Laura, los tratados comerciales y, convenientemente
dosificadas, las genuflexiones ante los travestidos poderes de la religión.
De ahí el total desprestigio del gobierno y la radical deslegitimación
de toda la institucionalidad democrática, incluyendo Asamblea Legislativa,
Poder Judicial y partidos políticos. El derrumbe total no se produce
posiblemente porque prevalece una especie de cancelación de fuerzas: la
avaricia torpe y descontrolada de quienes dirigen, encuentra su eficaz
compensación en la mezquindad y estrechez de miras que, con pocas excepciones,
prevalece entre quienes se le oponen.
Entretanto, Costa Rica es, cada vez más, como una casa abandonada y en
ruinas: de a pocos se va cayendo a pedazos.
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