El sistema de poder en Costa
Rica se basa en ciertas mentiritas, sin las cuales el ejercicio de ese poder
perdería mucha de su eficacia. El embrujo de tales mentiritas se hace
manifiesto en su capacidad para recubrirse con ropajes de verdad, y ganar así
atractivo y aceptación. Entonces, se las invoca como verdades incuestionables.
Todo el mundo cree en ellas. O por lo menos se finge que se las cree, ya que no
hacerlo es, como mínimo, muestra de mal gusto, cuando no motivo de escándalo y
signo de afrenta. Pero, sobre todo, son defendidas con ardor cuando se las
utiliza como marca de diferenciación, es decir, cuando se las invoca como
atributos característicos de nuestro país y sociedad, que designan su
excepcionalidad y marcan distancias respecto de otros países.
Son numerosas las mentiritas.
Por ejemplo: la libertad de prensa; la libertad de expresión; la pureza de la
democracia; los derechos laborales; la eficiencia de la empresa privada. Estas
son algunas. De seguro hay muchas más.
Dicho lo anterior, creo que
queda claro que la libertad de expresión
existe tan solo como una libertad administrada y dosificada a partir de la libertad empresarial para manejar la prensa.
Eso es así, puesto que a su vez esta última administra y dosifica la
información según los objetivos que la mueven. Entonces, hay puntos de vista
que se expresan ampliamente; otros de forma solo parcial; y otros del todo no
aparecen. Y, correspondientemente, hay gente (organizaciones, sectores
sociales, etc.) que tiene amplio espacio y cobertura; otros que tienen un poco;
otros que no tienen ninguno.
La pureza de la democracia es posiblemente la mentirita más maltratada, a la que
más difícil se le hace vestirse de verdad y fingirse como tal. Y por mucho que
políticos y políticas, partidos, iglesias, prensa y hasta plutócratas repitan
incansables sus loas a la democracia costarricense, la gente de a pie no se
ahorra un rictus de escepticismo, que, más y más, se vuelve amargo y torvo.
Pero hay una variante de la mentirita que conserva intacto su poderoso embrujo:
se manifiesta cuando se hacen comparaciones con otros países. Hable usted de
Venezuela o Nicaragua y lo comprobará. Las élites del poder lo saben y lo
explotan: las violentas peroratas contra los regímenes políticos en esos
países, permiten mantener viva la por demás desfalleciente mentirita de la
pureza de la democracia en Costa Rica. Pero aún así, no hay cómo limpiar la
mancha que imprime el show mediático y despilfarrador a que han sido reducidos
los torneos electorales, y, sobre todo, la desconfianza que emana de las
promesas mil veces incumplidas y de los juegos corruptos mil veces repetidos.
La mentirita de los derechos laborales conserva vigencia no obstante que contradice la
realidad cotidiana de miles y miles de trabajadores y trabajadoras ¿Será –se me
ocurre- como el efecto de una especie de “síndrome de Estocolmo”? Recordemos
que ese concepto designa la situación sicológica de una persona que, habiendo
sido secuestrada, y encontrándose en una situación de extrema indefensión,
termina por identificarse emocionalmente con el secuestrador. Quizá algo
similar ocurre con las clases trabajadoras de Costa Rica: puesto que su
estabilidad laboral y económica depende de las empresas que les emplean, y se
encuentran en situación de desorganización y completa vulnerabilidad, terminan
por aceptar como buenas las situaciones laborales en que se desenvuelven,
incluyendo los frecuentes atropellos a los derechos laborales legalmente
estatuidos.
La mentirita de la eficiencia de la empresa privada está muy vinculada con la anterior. De hecho, lo que
en Costa Rica se designa como “eficiencia” a menudo es simple y desnuda
explotación. La “eficiencia” lograda a punta del sudor y el agotamiento de las
personas asalariadas, es cosa fácil pero espuria. Hace innecesaria la
investigación para el desarrollo tecnológico, la innovación administrativa y
gerencial, la capacitación y calificación del personal, el desarrollo de nuevas
opciones productivas, las ofertas imaginativas. El estrés laboral sustituye
todo eso. No generalizo ni digo que sea el caso de todas las empresas privadas,
pero si de muchas más de lo que sería deseable. Y, por otra parte, este es un
buen instrumento de propaganda ideológica: cuando se vende como eficiencia lo
que es explotación inmisericorde, resulta fácil atacar por ineficiente al
sector público, cuando éste no aplica criterios de explotación comparables.
Estas son algunas de las mentiritas-mágicamente-devenidas-verdades,
en que ese sistema de poder se sostiene y desde las cuales se justifica y
legitima. Seguramente hay otras, incluso de estatuto más complejo, como podrían
ser la mentirita sobre la familia y la
mentirita sobre los derechos humanos.
Por ahora, concluyo aquí mi recuento de mentiritas, bien enterado de que, en
todo caso, tales mentiritas seguirán siendo consideradas verdades.
Por. Luis Paulino Vargas Solís
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