El gobierno de Rafael Corre en el país andino ha logrado bajar la pobreza y aumentar las inversiones sociales considerablemente. |
Audio: Ecuador reafirma el domingo Correa en la presidencia. Entrevista con
Alexis Ponce
Por Dick Emanuelsson
Éste domingo 17 de febrero,
los ecuatorianos van a las urnas para elegir su presidente. No cabe duda que
Rafael Correa seguirá en el cargo. La pregunta es si ganará en la primera
vuelta o si será una segunda.
Presentamos una entrevista en
audio con Alexis Ponce, con una trayectoria en la lucha por los derechos humanos en Ecuador, pero también
fue ssesor en la Asamblea Constituyente y muchos otros cargos. Actualmente es
funcionario del Gobierno de la Revolución Ciudadana que preside el presidente
Correa.
Anexamos
abajo, para profundizar el tema sobre Ecuador, un extenso trabajo realizado por
Alexis Ponce que fue publicado en Revista COYUNTURA, de la Facultad de Ciencias
Económicas de la Universidad de Cuenca (Ejemplar No. 13; en circulación desde:
6-02-2013).
El pueblo trabajador ha dado su voto a un gobierno popular. |
¿Por
qué Rafael Correa ganará de largo?
ECUADOR
EN LA HORA DE LOS HORNOS *
Alexis
Ponce **
*
“Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que luz” José Martí
Resumen:
El proceso electoral ad portas no puede analizarse
correctamente si no se parte de dos escenarios: la actual realidad geopolítica
latinoamericana, de la que Ecuador hace parte, y las nuevas formas de
injerencia de ‘la alianza transatlántica’ contra estos procesos. Por ello es
indudable advertir que el próximo vencedor de la contienda será Rafael Correa,
pero que las formas de “deshacerse” de la Revolución Ciudadana que él lidera,
no serán, en lo absoluto, ni democráticas ni pacíficas.
Las tres “fallas de fábrica”.
Los análisis hasta
hoy publicados en el país o fuera de él, sobre el proceso electoral que se
avecina, llevan tres errores de entrada, y esas ‘fallas de fábrica’
impiden a sus autores y públicos sostener una lectura adecuada de los nuevos
tiempos, a la par que efectuar una interpretación concreta del
momento concreto que vivimos en el Ecuador.
1. Por un
lado, insisten en separar/aislar nuestra realidad, de la macro-realidad
sudamericana, la que viene evidenciando no solamente la configuración de un ‘bloque
de poder regional’ ya previsto desde el año 2004 hacia adelante; sino la
consolidación orgánica de nuevos Estados en ciernes, que ya no son ni serán los
estados nacionales neoliberales del ayer, trazando, entonces, más que enfoques
de escenarios probables, secretos deseos de que el proyecto político iniciado
en el 2006, y que representa Rafael Correa, sea derrotado a mediano plazo, e,
inclusive, a corto plazo. Una vez más, los deseos no sirven como instrumento de
análisis, y eso vale tanto para los articulistas de los medios privados de
comunicación de la región, como para los analistas de los partidos políticos y
movimientos sociales de oposición.
2. Pero,
además de aquella reducción localista que ancla exclusivamente en “lo
nacional” un fenómeno que hacía rato es regional, la mayoría de los
análisis descuida, o descalifica, con diferentes sesgos según el signo
ideológico de cada autor, el proceso histórico previo que vivió el país entre
los años clave para entender el auge de la actual ola que lidera Rafael Correa:
es decir, el período político, social y cultural que, entre 1997 a 2005,
modificó al Ecuador tradicional, y que es el factor inexplicado que,
para nosotros, explica el por qué del éxito avasallador de la Revolución
Ciudadana y la no adhesión electoral de la mayoría de la población a los
partidos políticos y movimientos sociales de oposición.
Si las elites
políticas, financieras y mediáticas y las izquierdas ortodoxas no comprendieron
qué pasaba bajo la epidermis popular cuando asistíamos a los procesos que
condujeron a la caída de Bucaram, y luego a la de Mahuad; pero, sobre todo, si
no entendieron qué sucedía con nuestra cambiante sociedad cuando emergió la
rebelión forajida y se echaba del puesto a Lucio Gutiérrez, es obvio comprender
que tampoco entiendan, y se partan la cabeza preguntándose por qué desde el
2006 no hay cambio de Presidente, y por qué el apoyo a Correa se mantiene
incólume, a pesar del tiempo transcurrido. Ese no entender, a mi manera de ver,
es lo que lleva de tumbo en tumbo a las elites, a las izquierdas y movimientos
sociales ortodoxos, y a los académicos e intelectuales que no aciertan en el
análisis local-nacional, porque tampoco han logrado acertar, desde hace una
década, en el análisis regional-global.
Ambos elementos, el
contexto regional y el antecedente histórico previo, son el telón de fondo que
explica, aún siete años después, por qué ahora nos avecinamos a una nueva
victoria electoral y política de Rafael Correa y de PAIS.
3.
Finalmente, todos los análisis hasta hoy publicados, pecan de un tercer vacío:
no dan cuenta de las nuevas formas de injerencia imperial de ‘la Alianza
Transatlántica’ (EEUU y Unión Europea): minimizan o caricaturizan tales
injerencias, las niegan bajo el efecto ideologizado de la errónea
interpretación de lo ocurrido entre 1997 al 2005, que les llevó al craso error
de apostar al golpe policial del 30 de Septiembre; o, finalmente, apuestan al
éxito de esa injerencia, debido a que, casa adentro, se sienten no competentes
para derrotar el proyecto político-social-cultural levantado a finales de la
administración del Dr. Alfredo Palacio.
Si esos análisis se desentienden
del escenario de injerencia transatlántica, empobreciendo incluso sus propias
interpretaciones políticas con la muletilla, nada leninista por cierto, de que
el actual proceso ecuatoriano de cambios “es servil a los intereses del
imperialismo chino, del neo-imperialismo brasileño, o de las empresas
transnacionales de EEUU y Europa”; es obvio advertir que también exoneran
de existencia y culpa, a las nuevas formas que el poder transatlántico aplica
para “deshacerse” de la Revolución Ciudadana que Rafael Correa lidera, y que,
en este momento, no serán -en lo absoluto- ni democráticas, ni pacíficas, ni
legales; y, por supuesto, ni éticas.
Por ello, para
profundizar en los significados de ‘los tres errores de fábrica’ en los
que, a la hora de interpretar insuficiente y erráticamente la coyuntura
presente, parecen competir sectores tan disímiles entre sí, como Carlos Alberto
Montaner y Francois Houtart, o ‘El País’ de España y ‘Prensa Obrera’ de
Ecuador, empecemos por el principio: el escenario global y el contexto
regional.
El impensable escenario global: favorable al Ecuador
Ciertas fracciones
de las elites aún consideran que el mundo puede retornar a su cauce (nada)
original y nostálgico del neoliberalismo a ultranza. Por ello, hace algunos días
escribe uno de sus voceros en “El Comercio” que a la ‘desaparición’ de Chávez
debería privatizarse PDVSA. Es que para las elites lo que sucede en el Ecuador
y una buena parte del continente, es una pesadilla. Por eso, sin disimulo
alguno, celebraron que los golpes de Estado en Honduras y Paraguay ‘despertaran
por fin’ una grieta en la pesadilla ‘populista’.
Empero, la realidad
global se detecta con otros sismógrafos. En diciembre del 2008, previne que
había concluido la borrachera celebrada por el Pensamiento Único que
-contra el Sur y su propio Sur- el Norte decretara, junto al fin de la
historia y la muerte de las ideologías un 31 de diciembre de 1990.
La fase neoliberal
del capitalismo, empezó a crujir hace una década atrás, y esa ruptura se inició
en Latinoamérica que no solo cuestionó sino que empezó a superar la fase
neoliberal extrema. Los selectos invitados al ágape del Capitalismo del siglo
XXI ni se imaginaban siquiera que el neoliberalismo procrearía su propia
destrucción y le nacerían vigorosos monstruos que se desarrollarían en
la propia nariz de la Globalización: los procesos de nuevo signo que América
Latina aportase al mundo entero, como contravía concreta a la fase de barbarie
en que entró el Capitalismo.
La Globalización
apenas hace diez años no permitía la duda ni el disenso: la herejía estaba
prohibida. Por eso, precisamente, la obligó a nacer y multiplicarse en su
propia cara. Parió no solo su propia crisis interna, sino la resistencia
planetaria al neoliberalismo y su actual caída en picada.
La diversidad,
antigua como el planeta y contraria a la Globalización, fue su negación. Por
eso el dogma neoliberal estuvo condenado a fracasar, porque fue condenado a
gestar, en los márgenes del Bienestar, hijos desobedientes que le nacieron
tanto en las metrópolis cuanto en los suburbios del mundo. La hora de los
túneles pasó y muchos de los disidentes ahora gobiernan, por lo menos en el Sur
del Sur: en América Latina.
Los escenarios
críticos a la Globalización, pudimos mirarlos en apenas pocos años y a través
de 7 derrotas en América: la del ALCA; de la arquitectura imperial o ‘Seguridad
Hemisférica’; del Consenso de Washington; del neoliberalismo salvaje; del Plan
Colombia; de las privatizaciones; y de las democracias piramidales.
Es más, América
Latina fue no solo la porción del mundo donde primero se superó al
neoliberalismo, sino la primera en germinar alternativas que se han dado en
llamar socialismo del buen vivir, socialismo del siglo 21, sociedad
post-neoliberal, etc.
Esbozado, a grandes
rasgos, el macro panorama-marco de la ubicación del Ecuador en el planeta azul,
seguramente surgirá una pregunta: ¿Y qué tiene que ver todo eso con el proceso
electoral en ciernes? No hay realidad de la aldea que no empate con la realidad
de la aldea global.
El contexto continental: Ecuador no es una isla, sino parte de la nueva
Latinoamérica
En noviembre de
2004, dos años antes de que Ecuador se incorporara al entonces incipiente ‘Bloque
de Poder Regional’, en un trabajo titulado “La simultaneidad y
regionalidad, rasgos del proceso de cambios que vive América Latina”,
deduje que los nuevos y sonados triunfos de las nuevas izquierdas y de los
nacionalismos progresistas del continente, que no eran ‘bien vistos’ por las
elites mundiales y nativas, jalonaban tanto voto popular de apoyo al unísono en
América Latina, que se abonaba una perspectiva regional de triunfos inusitados,
ex-profesamente minimizados, o no asumidos como tales, por las viejas
izquierdas y los monopolios privados de comunicación. Y apuntaba: “Quizás se
deba a que, todavía, ni siquiera caen en cuenta de lo que pasa en la nueva
realidad del continente”.
Y es que en aquel
entonces, apenas habían triunfado el Uruguay de Tabaré Vásquez; la Venezuela
Bolivariana que arrasó en 20 de los 22 estados; el Brasil del PT que mantuvo la
mayoría del apoyo popular en elecciones regionales; y Nicaragua donde el FSLN
barrió a los viejos partidos de la era pos-sandinista en las elecciones departamentales.
Así fue que, desde
entonces, teníamos por vez primera en América Latina un poderoso ‘bloque
regional de poder’ que, para esa época, aún era emergente y pugnaba por
nacer, y que -sin duda alguna-, fue -y es- de nuevo tipo.
Para esa época, ni
los análisis de la derrotada elite neoliberal en el continente, ni los rituales
estudios de la izquierda ortodoxa, ni los díscolos enfoques de la
socialdemocracia europea, admitían que se configuraba un bloque regional de
poder. Hoy todos ellos: el partido mediático del siglo XX, el partido obrero
del siglo XIX y el partido europeo del siglo XVIII, con una que otra
diferencia, admiten que, en efecto, existe en América Latina un bloque
geopolítico de poder que disputa a los EEUU la identidad hemisférica.
Gobiernos
progresistas simultáneos, disímiles pero concordantes entre sí, se ejercían
desde hace una década en Brasil, Venezuela, Argentina, Uruguay y Cuba. Cuatro
años después, ya se habían sumado a ese núcleo geoestratégico de independencia
y soberanía, el Ecuador de Correa, la Bolivia de Evo, el Perú de Ollanta, El
Salvador del FMLN, la Nicaragua del FSLN, el Paraguay de Lugo y la Honduras de
Zelaya (éstas últimas dos experiencias de cambio geopolítico, abortadas
salvajemente gracias a la injerencia transatlántica).
Experiencias así,
en solitario, eran impensables en la década del 60 (la era de las
invasiones y tiranías tropicales), en los años 70 (el inicio de las dictaduras
sangrientas), los 80 (la era Reagan) y los 90 (el fin de la historia a
escala planetaria).
Tal incipiente
bloque regional emergía en medio de dos crisis: la apabullante crisis del
modelo neoliberal que no conseguía estabilizarse en casi ningún país de la
región, y que ya no tuvo retorno posible, con la excepción de Colombia y México
desde entonces; y la ruptura estratégica de su expresión política tradicional:
la democracia formal.
Esa nueva
simultaneidad regional apareció en escena y ya dura una década, pero no es un
tema de tiempo, sino de contenido. En la primera década del siglo XXI en
América Latina se empezó a alterar el mapa político y social del neoliberalismo
y sus democracias de baja intensidad.
Es esa simultaneidad
regional, y no otra experiencia concreta aislada, el mayor problema para la
alianza transatlántica en el hemisferio. El análisis del Vicepresidente de
Bolivia, Álvaro García Linera, fue válido: “Latinoamérica es el continente a
la vanguardia de la reflexión y movilización planetaria, y es el que hoy hace
las grandes preguntas: ‘¿Cómo salimos del neoliberalismo? y ¿Qué
viene después del neoliberalismo?’.
El Escenario nacional: El pasado fue el prólogo, el futuro está en el
presente
En abril del 2005,
las elites se entramparon en cambios cosméticos, medias tintas, cortes de
justicia, tribunales o cuarteles. Por eso no tenían porvenir. De cambiar todo
se trataba. De sepultar la vieja república que habíamos padecido. Y como no
entendieron en el ayer las claves del poderoso mensaje popular lanzado en
subterránea advertencia en los años 1997, 1999, 2000 y 2005; el 2006 les tomó,
si no desprevenidos, sin alternativa concreta alguna de poder. Habían perdido
diez años estratégicos ganando en la inmediatez. Y ya no tenían, para cuando
apareció PAIS en el escenario, un proyecto holístico que vertebrara la nación
que despedazaron.
En cuanto a las
izquierdas ortodoxas, si ya en 1997 inculpaban al imperio y la burguesía de
la caída del PRE (para siempre), cuando gritamos ¡Bucaram fuera!, en el
2005 redujeron la profunda rebelión forajida de Quito a “una conspiración de
la CIA” y una “revuelta de la racista clase media quiteña”. Si no
entendieron la etapa preparatoria vivida entre 1997 al 2005, jamás entenderían
el surgimiento de Rafael Correa y PAIS en ese mismo período, y todo el profundo
proceso de mutaciones idiosincráticas de nuestro pueblo transcurrido desde el
2006 hasta el 2013. Pero a la elite le fue peor: apaleada conceptualmente por
una rebelión cuya dimensión no entendieron, optó por darle pronta sepultura (“Se
acabaron los forajidos” dijeron en el 2006), sin saber que dicha rebelión
tomaba otra forma: el fin de la partidocracia, la recuperación de la Patria,
tierra sagrada.
Tratándose de un
Cambio de Época más que de una época de cambios, como
sintetizara el Presidente al actual momento latinoamericano y nacional, el
viejo axioma izquierda-derecha no basta, o tiene otras connotaciones. La
complejidad de los nuevos procesos latinoamericanos llamados a superar el
neoliberalismo de décadas, sintetiza el ‘ser nacional’, donde caben
todos y todas, pues en el Ecuador insurrecto de una década (luchas contra
Bucaram, Mahuad, Gutiérrez, TLC, derrota electoral de Álvaro Noboa, triunfo de
la Constituyente, etc.), confluyeron por el cambio sectores de izquierda,
centro y derecha recta, medianos empresarios y sindicatos, indígenas,
afros y urbanos, profesionales y jóvenes, clases medias, militares, etc.
Las banderas eje de
este proceso: Recuperación del Estado nacional, dinamitado por el
neoliberalismo; Rescate de la Soberanía y los recursos naturales; Democracia
participativa; Unidad latinoamericana, no son patrimonio de ciertas izquierdas
o movimientos sociales. Pertenecen a toda la nación. Eso es lo que se niegan a
admitirlo quienes en Ecuador decidieron seguir el camino de Bandera Roja
en Venezuela, del Malku Felipe Quishpe en Bolivia, de los trotskistas
en el Brasil.
El innegable
liderazgo político de Rafael Correa y la fuerza protagónica de PAIS, han dado continuidad
a las grandes tareas nacionales en lo político, ya predispuestas desde que derrotamos
en el 2005 a Lucio Gutiérrez, a Álvaro Noboa en el 2006 y a la partidocracia en
los siguientes años y procesos electorales.
Esas grandes
tareas nacionales, impostergables para lograr la derrota estratégica de la
vieja república neoliberal y, simultáneamente, la construcción de la nueva
fueron asumidas por el gobierno, las fuerzas del cambio y el liderazgo del
Presidente, cuyo ‘pecado’, según la ortodoxia de izquierda, es ‘no ser
marxista’, mientras la ortodoxia ONG sostiene que su pecado no es ese,
sino el “no entender de ecologismo y equidad de género”.
Siendo uno de los
presidentes más jóvenes que ha tenido Ecuador, de hecho el más joven después de
Jaime Roldós Aguilera, los diversos ojos de la oposición no quieren ver lo evidente:
se trata de un líder nacional con fuerte impacto inter-generacional y un cada
vez mayor, e innegable, protagonismo continental e internacional.
Por lo tanto, en
febrero de 2013 asistimos, a la continuidad del cambio de época. Sobre
las ruinas de la vieja república, se erigió un nuevo régimen. Y ese nuevo
régimen ya no puede ser gobernado por el ayer.
El actual proceso no
puede ser el socialismo clásico que se intentó imponer como verdad sagrada
en un continente y un país bizarro como los nuestros. Pero la izquierda
tradicional no quiere aprender y sólo se pasa tipificando-denigrando todo
proceso: reformista, derecha vestido de izquierda, no declara
la dictadura del proletariado, etc.
Partimos de factores
distintos al capitalismo salvaje y al socialismo real. Y eso es
lo esencial. Cierto es que la izquierda política ha contribuido en momentos
históricos, pero no siempre ha sido la izquierda sola. En los cambios,
principalmente en el siglo XX han participado movimientos sociales, partidos de
centro-izquierda, militares nacionalistas, etc. Pero la izquierda formal de
hoy, del período 2005-2013, sufre una crisis que se niega a reconocer y que la
endosa a PAIS. El Ecuador del siglo 21 demanda una izquierda del siglo 21, no
del pasado. Debiera construirse izquierdas del siglo 21 y admitir que han
padecido sectarismo, etnocentrismo y todos los ismos imaginables.
Hay varias
izquierdas, una de ellas de carácter emergente y su origen se halla,
esencialmente, en el período post-gutierrista: esa es la que hoy se apresta a
dar la batalla por la continuidad de un proceso de cambios continental.
Recuerdo que a poco
de triunfar Rafael Correa en el 2006, durante un evento de “Evaluación de la
coyuntura”, dirigentes indígenas y ONGs dijeron: la izquierda fue
derrotada en las elecciones. Cuando me tocó el turno de hablar y dije que
estaba feliz por el triunfo de Correa y que sumados los votos de la tendencia,
las izquierdas eran la primera fuerza política del país, casi me linchan. Y es
que desde entonces, esos movimientos sociales no han admitido su fracaso ni su
desplazamiento como sujetos del cambio.
Por eso es necesario
desentrañar: ¿De qué “izquierda” habla el establismenth mediático? ¿De
cierta izquierda extremista que descalifica a Correa llamándolo traidor y
agente del imperialismo? Esa tendencia no entiende que hay un país que
generacionalmente cambió en la última década. Somos del siglo 21 pero llevamos
lastres del siglo anterior. Tenemos que aprender a convivir en un proceso que
sostendrá en nosotros mismos ambos siglos por un buen tiempo.
Por este proceso
hemos luchado millones de ecuatorianos desde 1997 hasta hoy: por eso es
impostergable, para esos mismos millones, apoyarlo y ahondarlo hacia la meta
estratégica que PAIS definiera con las 35 propuestas del programa de gobierno,
y con el socialismo del buen vivir como paraguas estratégico de hacia dónde
encaminar el proceso.
Por eso es que los
principales equívocos de las izquierdas ortodoxas, que hoy se denominan “la
única izquierda”, se resumen ahora en una política en mi criterio suicida:
terminarán por marginar la tendencia y “cuyabenizar” a Alberto (Acosta), su
candidato. Es decir, lo atraparán las limitaciones objetivas de un discurso
presuntamente positivo para las comunidades, el ambiente y los indígenas, pero
que es un discurso local, no nacional, excluyente, no incluyente, y
sectorizado, no abierto a esos millones de electores que votarán por la
institucionalización y profundización de la Revolución Ciudadana, de los cuales
un millón somos militantes y simpatizantes.
La amenaza al actual proceso
En el 2005 Donald
Rumsfeld sostuvo: “Este proceso (las victorias del bloque regional)
es circunstancial y lo que hoy sube mañana puede caer. Veremos si en 5 años
estos gobiernos siguen”.
Cuando el golpe en
Honduras, el 7 de febrero del 2009 advertí: “En América Latina asistiremos a
otro tipo de golpismo: el golpismo mediático, que impondrá una valla de
distorsión informativa que se evidenció en los sucesos de Tegucigalpa. Ya se
puede intuir lo que nos espera a varios países, si dan el mismo tratamiento
mediático de un golpe, pues el caso de Honduras puede ser, apenas, la
impresentable pieza prologal del Dominó de la reacción en América Latina: La
culpa de intentonas en Ecuador, Bolivia o Paraguay, no será de los golpistas,
sino de los propios presidentes derrocados, desestabilizados o atentados”.
Ese análisis fue
refrendado por el comportamiento de los mass media en el intento de
golpe del 30 de septiembre. Y, a un tiempo, en los sucesos de Paraguay.
Hay una matriz
transatlántica de embate colectivo contra los procesos gubernamentales
progresistas del continente, que usa un poderoso ‘lobby’
político-mediático-académico que converge en estrategias mancomunadas entre sus
pares de la región para desestabilizar a los gobiernos ‘populistas de
izquierda’, bajo formatos de las revoluciones naranja y con una
coordinación orgánica regional cuya punta de lanza es el partido
mediático-destituyente.
Hoy vemos una impresionante
maquinaria editorial de los medios de la región, la SIP y el Grupo de Diarios
de las Américas, que han regionalizado un mismo discurso destituyente. En toda
la región repiten igual matriz contra Rafael Correa, Hugo Chávez, Evo Morales,
Cristina de Kirchner, Daniel Ortega y Dilma Rousseff.
El Grupo de Diarios
de las Américas, GDA, en red, ha publicado reportajes ‘especiales’ que circulan
al unísono en el continente para posicionar esas matrices. Simultáneamente
publicaron el editorial difamatorio de Emilio Palacio, por ejemplo. El Grupo
Prisa, oligopolio mediático español, igualmente ha enfilado sus ataques a
Correa y otros gobernantes latinoamericanos que lideran los cambios. En extraña
identidad de agenda, difunden y promueven editoriales, titulares y noticias
similares, con el fin de influir desde esos medios en la opinión pública de la
región.
El ataque mediático
internacional contra Correa obedece a una razón imperdonable: haber cuestionado
con frontalidad y llevado al banquillo de los acusados al mayor poder en la
historia moderna: los grandes medios privados de comunicación. Esa oligarquía
global, que no tiene fronteras, está dispuesta a guerrear con uñas y dientes en
esta coyuntura.
** Breve Perfil del autor:
Alexis Ponce es activista de los derechos humanos. Fue
dirigente de la APDH del Ecuador, Director de DDHH de la Defensoría del Pueblo
y del TGC; Asesor en la Asamblea Constituyente; Subsecretario Social del Agua;
Asesor de DDHH del Canciller, Asesor social del Ministro de Electricidad y
actual Asesor del Secretario Nacional del Agua. Militante de PAIS y funcionario
del Gobierno de la Revolución Ciudadana.
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